domingo, 14 de diciembre de 2008

¿en qué mundo vivimos?

Para que después digan que viendo la televisión no se aprenden cosas. Esto es lo que he aprendido hoy viendo “El ala oeste de la Casablanca”.

Resulta que el mundo no es como creíamos. Y no estoy hablando en un modo metafórico ni nada parecido, si no que no es tal y como pensamos que es, físicamente hablando. Me explico.

Por lo visto, el mapa que siempre se ha usado es la proyección Mercator.



“La proyección se basa en el modelo ideal que trata a la tierra como un globo hinchable que se introduce en un cilindro y que empieza a inflarse ocupando el volumen del cilindro e imprimiendo el mapa en su interior. Este cilindro cortado longitudinalmente y ya desplegado sería el mapa con proyección de Mercator. Esta proyección presenta una buena exactitud en su zona central, pero las zonas superior e inferior correspondientes a norte y sur presentan grandes deformaciones. Los mapas con esta proyección se utilizaron en la época colonial con gran éxito. Su éxito se debe a la potencia de Europa de la época. Al ser Europa la potencia dominante que viajaba hacia el nuevo mundo por la zona central, no se comprobó la deformación que sufrían estos mapas. Posteriormente en la época de las exploraciones de Scott por el polo se comprobó que en dichas latitudes el mapa era casi inútil.”

Y resulta que el mapa que refleja las verdaderas dimensiones de las naciones es el Mapa de Peters.



Algunas de las diferencias:

"La proyección de Mercator va exagerando el tamaño y distorsionando las formas a medida que nos alejamos de la línea del ecuador. Por ejemplo:

• Groenlandia aparece aproximadamente del tamaño de África, cuando en realidad el área de África es aproximadamente 14 veces el de Groenlandia.
• Alaska aparece similar en tamaño a Brasil, cuando el área de Brasil es casi 5 veces el de Alaska."


Si se han acabado las épocas de las colonias, los imperios y demás ¿por qué seguimos usando un mapa erróneo? Lo sé, la respuesta es sencilla, pero a veces creo que merece la pena preguntarse lo más obvio.

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